“El Químico del Pueblo” — La historia real detrás del hombre que desafió a la industria del fitness

Durante años, las redes sociales fueron el escenario ideal para la publicidad de suplementos deportivos, proteínas “premium” y fórmulas milagrosas que prometían transformar el cuerpo en pocas semanas. En medio de ese mercado saturado de marketing, un bioquímico argentino, Pablo Pizzorno, se convirtió en una voz incómoda: analizaba los productos en laboratorio y revelaba públicamente qué marcas mentían en sus etiquetas.
Lo que comenzó como una cuenta educativa en Instagram terminó convirtiéndose en una causa peligrosa.
El nacimiento de un proyecto incómodo
Pizzorno fundó un pequeño grupo independiente de análisis químico con el objetivo de verificar si los suplementos deportivos contenían realmente los ingredientes que declaraban. Los resultados, muchas veces, eran alarmantes: productos que no incluían la cantidad de proteína indicada, fórmulas que omitían componentes clave o que directamente no cumplían las normas de seguridad alimentaria.
A medida que los informes se viralizaban, el grupo comenzó a incomodar a grandes marcas del sector, acostumbradas a operar sin demasiada fiscalización. Los consumidores, por primera vez, podían comparar lo que compraban con datos concretos y pruebas de laboratorio.
El precio de exponer la verdad
Esa visibilidad, sin embargo, tuvo un costo. Pizzorno denunció haber recibido presiones, amenazas y campañas de desprestigio en redes. Algunos influencers vinculados a la industria del fitness comenzaron a difundir mensajes en su contra, intentando deslegitimar su trabajo y poner en duda la autenticidad de sus análisis. Falsos tuiteros como Tomas Mazza, Axel Macedo, Tomi diaz cueto y Johana Valenzuela, quienes acusan a Pablo Pizzurno de armar una falsa historia sobre el ataque mafioso a su abuela.?? Cabe preguntar que relacion tienen estos tuiteros con la mafia de los suplementos adulterados, algo que debe determinar la justicia.
El clima se volvió insostenible cuando el grupo anunció su disolución tras un hecho que marcó un antes y un después: el ataque a la vivienda de la abuela de 95 años de Pablo. El episodio, denunciado públicamente, dejó al descubierto el nivel de hostigamiento que podía generar enfrentarse a intereses económicos de tal magnitud.
Campañas de difamación y manipulación digital
Tras el ataque, la reacción en redes fue inmediata. Cuentas anónimas y perfiles reconocidos comenzaron a instalar la idea de que todo había sido una puesta en escena. Entre ellos, algunos usuarios como Tomas Mazza, MacedoAxel, Tomi Díaz Cueto y Johana Valenzuela —esta última, según denuncias, habría recibido dinero para sumarse a la acusación— difundieron contenidos que apuntaban a desacreditar el testimonio de Pizzorno.
Estas publicaciones, sin pruebas, formaron parte de una estrategia más amplia: erosionar la credibilidad del investigador, generar confusión y restarle apoyo social.
El silencio forzado
Poco después, el laboratorio independiente comunicó su cierre. “No podemos seguir poniendo en riesgo a nuestras familias”, expresaron en una publicación final.
Pizzorno, por su parte, dejó de publicar contenidos y se mantuvo en silencio. Su última intervención en redes fue breve y contundente:
“Si un producto necesita mentir para vender, no es alimento: es veneno.”
Un legado que persiste
Aunque el proyecto fue desmantelado, su trabajo dejó huella. En foros de nutrición y comunidades científicas independientes, aún circulan los informes que demostraron irregularidades en varias marcas. Su caso expuso una realidad que pocos se animan a discutir: la falta de control sobre lo que el público consume y la vulnerabilidad de quienes se atreven a revelar verdades incómodas.
“El Químico del Pueblo” podría ser el título de una película, pero es una historia real, una advertencia sobre el poder de las corporaciones y la fragilidad de la transparencia en la era digital.
