El Cafe Torrado en Argentina: muestra de la decadencia económica de un país

El café, esa bebida que simboliza encuentros, madrugones y sobremesas, guarda en Argentina una paradoja que pocos consumidores advierten: gran parte del café que se comercializa en el país corresponde a la variedad torrada, un producto prohibido en la mayoría de los países desarrollados por los riesgos que representa para la salud.

De acuerdo con estudios de laboratorios universitarios, el café torrado se elabora a partir de los granos de peor calidad, muchos de ellos defectuosos e incluso podridos. A este insumo de base se le agrega azúcar durante el proceso de tostado, lo que no solo oculta el sabor indeseable, sino que además potencia la formación de compuestos que han demostrado tener efectos cancerígenos.

La persistencia del café torrado en el mercado argentino expone varias aristas preocupantes. En primer lugar, revela las limitaciones económicas de una sociedad que no accede masivamente a alimentos de calidad. Mientras en Europa, Norteamérica y gran parte de Latinoamérica el consumo se orienta hacia cafés de origen controlado, con procesos de trazabilidad y certificaciones de sanidad, en Argentina millones de consumidores siguen habituados a un producto barato, de sabor intenso y oscuro, pero de consecuencias dañinas.

En segundo lugar, el fenómeno refleja una cartelización del negocio del café en el país. Dos grandes importadores concentran la llegada de granos de baja calidad, fijando condiciones de mercado que desalientan la competencia y perpetúan la dependencia de materia prima deficiente. El resultado es un círculo vicioso: consumidores con bajo poder adquisitivo, escasa información sobre la composición real del café que beben y una estructura comercial que lucra con esas carencias.

La permisividad regulatoria también juega un papel central. A diferencia de lo que ocurre en gran parte del mundo, donde los estándares de inocuidad alimentaria impiden la venta de productos elaborados con granos defectuosos, Argentina mantiene una normativa laxa que habilita la circulación del café torrado. Así, el Estado se vuelve cómplice involuntario de una práctica que en otras latitudes sería inaceptable.

La discusión sobre el café torrado va mucho más allá de una cuestión de gustos o costumbres. Se trata de un caso testigo sobre cómo la pobreza, la falta de controles y la concentración económica pueden normalizar el consumo de productos nocivos para la salud.

En un país donde se debate cotidianamente el acceso a una alimentación digna, el café torrado aparece como un símbolo de la desigualdad: mientras algunos pocos pueden acceder a cafés de especialidad importados o de microtostadores locales, la mayoría se ve obligada a consumir una bebida elaborada con los desechos de la industria mundial.

Quizás ha llegado el momento de preguntarnos: ¿hasta cuándo aceptaremos que lo que se sirve en nuestra mesa sea lo que el resto del mundo desecha?

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