Cristina Kirchner, La hipocresía del poder: cuando el discurso “popular” no resiste una guardia médica. Internada en el Hospital Otamendi

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En la Argentina, la política ha perfeccionado un arte que va más allá de la retórica: el doble estándar. Durante años, buena parte de la dirigencia de izquierda y del progresismo gobernante ha sostenido —con tono épico— que sus administraciones fortalecieron la educación pública, la salud estatal, las escuelas y los hospitales “para todos”. Sin embargo, cuando la vida real golpea la puerta —una enfermedad, la educación de los hijos, una urgencia concreta— ese discurso suele desvanecerse con rapidez. La confianza se deposita, casi sin excepción, en el sistema privado.

La escena se repite hasta volverse predecible: políticos que defienden la salud pública en actos y cadenas nacionales, pero que eligen clínicas privadas de alta gama; funcionarios que hablan de la “escuela como gran igualadora social”, mientras envían a sus hijos a colegios pagos, bilingües y con cuotas dolarizadas. No se trata de una contradicción menor ni de una elección personal aislada. Es un patrón. Y como todo patrón persistente, merece ser analizado.

Desde la psicología social, este fenómeno puede leerse como disonancia cognitiva: la tensión entre lo que se dice y lo que se hace. Para reducir esa incomodidad interna, el discurso se vuelve cada vez más grandilocuente, más moralizante, más ideológico. El problema es que la realidad, tarde o temprano, expone la grieta. Cuando el propio dirigente no confía su salud ni la educación de sus hijos al sistema que administra y elogia, el mensaje implícito hacia la sociedad es devastador: “yo sé que esto no funciona, pero necesito que vos sigas creyendo”.

El caso reciente de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner vuelve a poner esta contradicción en primer plano. Días atrás, según trascendió públicamente, fue internada por una apendicitis en el Sanatorio Otamendi, una de las clínicas privadas más prestigiosas del país, bajo un plan de alta gama de la prepaga OSDE 410. El dato, más allá del episodio médico en sí, resulta simbólicamente demoledor. Durante años, el kirchnerismo construyó su identidad política en oposición al “sistema privado”, a las “corporaciones” y a la “medicina para ricos”. Sin embargo, al momento de la verdad, la elección fue exactamente esa.

No se trata de cuestionar el derecho de cualquier persona —incluida una ex mandataria— a atenderse donde considere mejor. El punto es otro, más profundo y más incómodo: la falta de coherencia entre el relato y la conducta. Porque cuando quienes gobernaron durante décadas no utilizan los servicios públicos que dicen haber mejorado, la conclusión lógica es que esos servicios no alcanzan ni siquiera para quienes los administraron.

Esta hipocresía no es inocua. Genera cinismo social, erosiona la confianza en las instituciones y profundiza la sensación de engaño permanente. La ciudadanía escucha promesas sobre hospitales de excelencia y escuelas modelo, pero observa que la élite política vive en una burbuja paralela, con accesos, coberturas y opciones vedadas para la mayoría. El mensaje final es cruel: hay un Estado para el discurso y otro para la vida real.

En psicología política, este mecanismo se asocia también con el narcisismo moral: la convicción de que la causa propia es tan noble que justifica cualquier contradicción personal. El dirigente no se percibe como hipócrita, sino como una excepción. El problema es que, cuando todas las excepciones se acumulan en la cima del poder, lo que queda abajo es una sociedad cansada de relatos que no se sostienen en los hechos.

Nada resulta más antipopular que predicar igualdad desde la comodidad de los privilegios. Y nada deteriora más la democracia que un discurso que exige sacrificios a la población mientras el poder se reserva siempre la salida de emergencia. La Argentina no necesita más consignas sobre lo público: necesita dirigentes que confíen en lo que administran. Porque cuando ni ellos creen en su propio relato, el engaño deja de ser ideológico y se vuelve estructural.

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