Coloquio de IDEA 2025: el espejo del empresariado argentino que solo se mira a si mismo. Argentina de la decadencia.

El Coloquio de IDEA y el empresariado argentino: capitalismo sin responsabilidad

El Coloquio de IDEA volvió a reunir en Mar del Plata, como cada octubre, a los principales empresarios del país. Una vez más, el evento sirvió como vidriera para mostrar las demandas del sector privado hacia el Estado: “reglas claras”, “seguridad jurídica”, “estabilidad macroeconómica” y “reducción de impuestos”. Sin embargo, tras los discursos y los paneles, vuelve a quedar flotando la misma sensación de siempre: un empresariado argentino que exige mucho, pero ofrece muy poco.

El empresariado local parece haber hecho de la queja su modelo de gestión. En lugar de plantear estrategias de inversión, innovación o desarrollo, su principal foco está en cómo lograr que el Estado resuelva todo lo que ellos no están dispuestos a afrontar. Reclaman incentivos, exenciones y garantías, pero son incapaces de arriesgar, de competir, o de pensar más allá del beneficio inmediato.

A diferencia de los empresarios de los países nórdicos —donde también existe un Estado de bienestar fuerte—, los empresarios argentinos no cooperan con la sociedad: la explotan. Mientras en Suecia o Dinamarca las compañías invierten en capacitación, sostenibilidad y bienestar de los trabajadores como parte de su cultura empresarial, en Argentina prevalece la lógica del atajo, del ahorro mínimo, del “cómo ganar más con menos”.

En los países escandinavos, los empresarios entienden que su prosperidad depende del bienestar colectivo. En cambio, el empresario argentino parece convencido de que el éxito se mide en dólares fugados, en cuentas en el exterior o en la capacidad de sobrevivir a un eventual corralito.

El modelo de negocios predominante en el país es el de la ganancia rápida, el margen exorbitante sobre un volumen reducido. No se busca vender más ni generar más empleo; se busca ganar más por unidad, aunque eso signifique vender menos y empobrecer al mercado interno. Es el capitalismo de la especulación, no de la producción.

Además, la competencia —pilar esencial de cualquier economía de mercado— es casi inexistente. En lugar de competir, los grandes empresarios argentinos cooperan… pero no para innovar, sino para aumentar precios en conjunto. El caso de las telefónicas es apenas un ejemplo: suben tarifas al mismo tiempo y en el mismo porcentaje, sin riesgo de perder clientes. Lo mismo ocurre en los alimentos, en los servicios y en casi todos los rubros donde el oligopolio reemplazó al libre mercado.

Desde esta redacción, creemos en el capitalismo. No en su versión salvaje ni en la especulativa, sino en el capitalismo que genera oportunidades, promueve la innovación y mejora la calidad de vida de la sociedad. El problema no es el sistema, sino cómo se lo practica en Argentina.

Aquí, los empresarios no invierten: se protegen. No producen: remarcan. No compiten: pactan. Y así, cada año, el Coloquio de IDEA se convierte en una especie de espejo incómodo que refleja las contradicciones de un sector que reclama “previsibilidad”, pero no asume su propia responsabilidad en el fracaso colectivo.

El empresariado argentino parece haber convertido la queja en su modelo de gestión. Reclama al Estado que garantice las condiciones ideales, pero no asume su parte del compromiso social ni productivo. No arriesga, no invierte, no innova. Exige sacrificios ajenos, mientras mantiene una cómoda distancia de los problemas estructurales del país.

Mientras tanto, en el resto del mundo —y especialmente en los países nórdicos— los empresarios comprenden que su rol va más allá de generar ganancias. En Suecia, Noruega o Dinamarca, el éxito empresarial se mide también en su aporte al bienestar colectivo, en la calidad del empleo, en la inversión en innovación y en la responsabilidad social. En cambio, en Argentina, el empresario promedio parece obsesionado con maximizar su beneficio personal, aunque eso implique empobrecer a la sociedad que lo sostiene.

Aquí, la lógica es simple y perversa: ganar más, invirtiendo menos. Buscar márgenes exorbitantes en lugar de ampliar la producción. Prefieren vender poco, pero caro, antes que vender mucho y generar desarrollo. Es un capitalismo a la defensiva, de especulación y supervivencia, más preocupado por resguardar los dólares fuera del país que por construir un futuro dentro de él.

La competencia —motor esencial del capitalismo moderno— casi no existe. En su lugar, prevalece la cooperación entre pares… pero para subir precios en conjunto. Las empresas de telecomunicaciones ajustan sus tarifas el mismo día y en el mismo porcentaje; las alimenticias remarcan en simultáneo; los servicios imitan los mismos aumentos. El consumidor queda atrapado en una ilusión de libre mercado donde, en realidad, no hay opciones.

El empresariado argentino, además, es profundamente egoísta. Se mueve bajo un lema no escrito pero evidente: “en la empresa, el dinero es secundario, pero solo para aquellos que ya son millonarios”. Para el resto de la sociedad, para los trabajadores y los consumidores, llegar a fin de mes es una carga emocional y psicológica enorme. Mientras los poderosos discuten sobre “eficiencia” y “costos laborales”, millones de argentinos viven contando los días para cobrar un salario que apenas alcanza para sobrevivir.

Desde esta redacción reafirmamos nuestra convicción: el capitalismo es el único sistema económico y social que ha demostrado funcionar a lo largo de la historia. Pero el capitalismo argentino no es verdadero capitalismo. Es un sistema deformado, sostenido por empresarios que se niegan a competir, a innovar y a compartir riesgos.

El Coloquio de IDEA 2025 volvió a demostrarlo: el empresariado argentino sigue mirando al Estado como su sostén, no como su socio. Repite las mismas consignas, los mismos diagnósticos, las mismas quejas. Y mientras tanto, el país sigue esperando a un empresariado que entienda que sin compromiso, sin inversión y sin responsabilidad social, no hay capitalismo posible.

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