Tandil, Pcia. de Buenos Aires: el ejemplo de cómo NO se planificó una ciudad
La ciudad de Tandil, en el corazón de la provincia de Buenos Aires, suele ser citada como uno de los polos turísticos más atractivos de la región. Rodeada de sierras, con una identidad cultural fuerte y un desarrollo inmobiliario creciente, parecía destinada a consolidarse como un modelo de ciudad intermedia. Sin embargo, el presente muestra una realidad muy distinta: Tandil se ha convertido en el ejemplo perfecto de lo que no hay que hacer en términos de planificación urbana.

Una ciudad con cuerpo de pueblo
El principal error de la administración local, arrastrado por gestiones sucesivas, ha sido insistir en el crecimiento de una estructura de pueblo hacia dimensiones de ciudad sin pensar ni planificar el futuro. Lo que se construyó es un entramado urbano precario, que no responde a la demanda de sus habitantes ni al flujo turístico que recibe año a año.
El resultado es visible: calles angostas, avenidas insuficientes y sin la infraestructura necesaria para soportar el caudal de tránsito actual. El desarrollo inmobiliario avanzó con fuerza, multiplicando edificios y barrios nuevos, pero sobre veredas rotas y servicios básicos colapsados.
Ciudad en manos del negocio inmobiliario
A la falta de control sobre la obra pública se le suma un fenómeno aún más profundo: el avance indiscriminado del negocio inmobiliario. La construcción de edificios y barrios cerrados creció sin planificación ni regulaciones claras. Se permitió a empresas inmobiliarias edificar donde y como quisieron, sin atender al impacto en el tránsito, los servicios básicos o la armonía arquitectónica de la ciudad. La consecuencia es un paisaje urbano saturado, donde conviven torres modernas con veredas destrozadas y cañerías obsoletas.
Servicios al borde del colapso
Las redes de agua y cloacas, diseñadas para una población mucho menor, ya no resisten. Las pérdidas de agua son moneda corriente y los desbordes cloacales se han naturalizado. A pesar del crecimiento demográfico y del aumento de la demanda, las inversiones estructurales fueron mínimas, como si la ciudad aún viviera en los tiempos en que era apenas un pueblo serrano.

Tránsito y caos urbano
El tránsito es otro de los grandes problemas. Las calles céntricas colapsan a diario, no hay un plan serio de movilidad urbana y la falta de control en el ordenamiento vial multiplica el caos. El automóvil particular domina un espacio que no está preparado para recibirlo en semejante volumen, y el transporte público sigue siendo deficiente, sin propuestas innovadoras que alivien la congestión.
La inseguridad como síntoma más grave
Pero quizás lo más alarmante sea el avance del delito motorizado. Bandas de motos se han adueñado del espacio público, imponiendo miedo en barrios y zonas céntricas por igual. El municipio no parece tener la decisión política ni los recursos para controlar este fenómeno, que degrada aún más la calidad de vida de los tandilenses.
Una ciudad desbordada
Tandil es, hoy, el retrato de lo que sucede cuando el ego político de una administración pesa más que la planificación seria. Se priorizó el crecimiento rápido y el rédito electoral sobre el desarrollo sostenible. El resultado: una ciudad con rostro moderno en sus edificios, pero con cimientos de pueblo en sus calles, servicios y seguridad.
El desafío está planteado: reconocer el fracaso de la improvisación y pensar a Tandil como lo que ya es —una ciudad que debe planificarse integralmente— o seguir empantanada en un modelo que, lejos de traer progreso, la empuja cada vez más al desborde.