Más allá de las ideologías: cuando el ser humano y la violencia prevalece sobre la política
Más allá de las ideologías: cuando el ser humano prevalece sobre la política.

En la superficie, los grandes conflictos del mundo parecen girar en torno a las ideologías. Izquierda o derecha, progresismo o conservadurismo, populismo o liberalismo. Cada corriente se presenta como portadora de una verdad superior, convencida de que su visión del mundo es la que puede redimir a la sociedad de la injusticia, la pobreza o la desigualdad. Sin embargo, detrás de toda ideología subyace un factor común e inmutable: la naturaleza humana.
La historia demuestra que, sin importar el color del pañuelo ni la bandera que se levante, el comportamiento humano tiende a repetirse. Y con él, resurgen la codicia, el ego, la búsqueda del poder y la necesidad de imponer la propia visión por encima del otro.
La violencia visible de la izquierda
En los movimientos de izquierda, el impulso de rebelión suele expresarse de manera más visible. Las marchas, las protestas y la resistencia callejera forman parte del ADN de una tradición política que se presenta como defensora del pueblo y de los derechos sociales.
Pero muchas veces, esa energía transformadora deriva en violencia: manifestaciones con destrozos, enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, o el apoyo a líderes y regímenes autoritarios que justifican la represión bajo el argumento de la “revolución” o de la “lucha contra el sistema”.
Lo que comienza como una causa legítima puede terminar siendo un escenario de imposición ideológica donde la libertad individual se subordina a una doctrina colectiva.
La violencia sutil de la derecha
En el otro extremo, los sectores de derecha rara vez recurren a la violencia física o a la movilización callejera. Su modo de ejercer el poder es más silencioso, pero no menos efectivo.
A través del control de las grandes corporaciones, los lobbies empresariales o la manipulación de políticas económicas, la derecha suele concentrar riqueza en manos de élites reducidas. Esa forma de violencia, aunque no se vea en las calles, se percibe en la desigualdad, la precarización laboral y la exclusión de los sectores más vulnerables.
Es una violencia estructural, elegante y burocrática, pero que en el fondo también responde al mismo impulso de dominio y poder.
El espejo de la condición humana
Cuando se despoja a la política de sus símbolos, lo que queda es el reflejo del ser humano.
Ni la izquierda ni la derecha pueden reclamar superioridad moral, porque ambas son expresiones distintas de un mismo fenómeno: la lucha por el poder. En la práctica, los ideales terminan subordinados al ego, a la codicia y al deseo de control.
El problema no está en la ideología, sino en el uso que el ser humano hace de ella. La política se convierte así en un espejo: muestra tanto nuestras virtudes —la solidaridad, la empatía, la búsqueda de justicia— como nuestras sombras —la ambición, la intolerancia y la violencia—.
Conclusión: el desafío de superar la ideología
Mientras el debate público siga girando en torno a etiquetas ideológicas, será difícil avanzar hacia una sociedad más justa. Lo verdaderamente revolucionario sería reconocer que ninguna ideología tiene el monopolio de la verdad y que, detrás de todo discurso político, lo que actúa es la esencia humana, con toda su luz y su oscuridad.
Solo cuando entendamos eso, podremos construir un diálogo más maduro y menos sectario, donde el bien común esté por encima de la necesidad de tener razón.