La doble vara del empresariado argentino: el caso Mercado Libre y la hipocresía de la desregulación selectiva

Artículo en Inglés: The Doble Standard of Mercado Libre

mercadolibre y la regulacion a china

En Argentina, buena parte del empresariado se presenta como defensor de la competencia, la eficiencia y los mercados libres. Argumentan que el Estado debe retirarse, reducir impuestos, flexibilizar regulaciones y permitir que el dinamismo del mercado ordene la economía. Sin embargo, cuando las reglas de ese mismo mercado comienzan a jugar en su contra, muchos de esos mismos actores reclaman proteccionismo, intervención estatal y barreras a los competidores. Este doble discurso se vuelve especialmente visible en el caso de Mercado Libre, la empresa emblemática del ecosistema tecnológico nacional y una de las más beneficiadas por políticas pro-mercado durante los últimos años.

Marcos Galperin, fundador de Mercado Libre, fue uno de los empresarios que apoyó públicamente la llegada de Javier Milei al poder, bajo la promesa de desregular mercados, abrir la economía y limitar la intervención estatal. Ese apoyo se presentó como una defensa de la competencia real, sin trabas ni privilegios. Sin embargo, apenas meses después, la empresa cambia su postura: ahora exige que el Gobierno regule y limite el ingreso de productos provenientes de plataformas chinas como AliExpress, Temu o Shein, que ofrecen bienes a precios extremadamente bajos y con logística eficiente.

Juan Martín de la Serna, presidente de Mercado Libre en Argentina, declaró que el “ingreso masivo de productos de bajo costo desde China genera una competencia desigual” y que “el mercado se abrió indiscriminadamente”. Argumentó que esta situación afecta a las pequeñas y medianas empresas que venden dentro de la plataforma y que representan el 90% de su volumen de operaciones. En otras palabras, la compañía se define como defensora de la libertad de mercado mientras esa libertad no cuestione su hegemonía ni sus intereses comerciales.

Este caso expone una característica recurrente del empresariado argentino: la defensa de un capitalismo a medida. Se reclama apertura económica cuando se trata de ingresar a nuevos mercados, acceder a créditos internacionales o reducir costos laborales. Pero cuando la competencia proviene desde afuera, especialmente desde actores más eficientes o con capacidad logística superior, el discurso cambia. Allí ya no se trata de libre mercado, sino de “competencia desleal”, “dumping” o “protección de la industria nacional”.

La situación también revela otra carencia estructural: la falta de cultura de competencia. Muchos grupos económicos nacionales no compiten para mejorar, innovar o reducir costos, sino para asegurar posiciones de privilegio. No se preparan para competir globalmente, sino para ganar favores del Estado, acceder a beneficios impositivos y regular a su conveniencia a sus rivales. En este marco, el Estado pasa a ser no un árbitro neutral, sino un instrumento que se utiliza según convenga.

Mercado Libre, que creció gracias a condiciones impositivas especiales, beneficios tecnológicos y un ecosistema regulatorio favorable, ahora exige protección ante la amenaza de las plataformas asiáticas. No se trata de negar los desafíos que estas generan para las pymes, ni de minimizar el impacto de productos importados a precios irrisorios. Pero sí de reconocer la contradicción: quien promovía la apertura total ahora pide selectivamente que se cierre una puerta.

La discusión de fondo no es si la economía debe ser abierta o cerrada, sino quién decide cuándo abrirla y para quién. Si el libre mercado es un principio o un recurso retórico. Y, sobre todo, si los empresarios argentinos están dispuestos a competir en serio o si solo defienden la libertad cuando los beneficia y reclaman protección cuando los pone en riesgo.

Este episodio vuelve a poner en evidencia una hipocresía instalada en buena parte del sector privado argentino: no se busca un mercado libre, sino un mercado favorable. Y mientras esa lógica prevalezca, la Argentina seguirá sin construir una cultura económica basada en la competencia genuina, sino en la conveniencia coyuntural.

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