CEOs sin escrúpulos: El espejismo del poder y la falta de inteligencia emocional

En la era de las cámaras omnipresentes y las redes sociales que convierten segundos en titulares globales, la figura del CEO atraviesa una transformación radical. Lo que antes quedaba en la intimidad de una sala de directorio hoy puede viralizarse desde el estadio de un concierto o una cancha de tenis. La infidelidad captada en un recital de Coldplay o el vergonzoso intento de robo de una gorra en el US Open no son simples anécdotas: son síntomas de un fenómeno creciente.
El escrutinio público sobre los altos ejecutivos ya no se limita a sus decisiones empresariales. Sus gestos privados, sus fallos de carácter y, en muchos casos, su falta de inteligencia emocional se exponen ante millones de personas. Y esta tendencia está obligando a las empresas a replantear una pregunta que antes parecía secundaria: ¿qué pesa más, los resultados financieros o la reputación personal del líder?
El espejismo del poder y la falta de inteligencia emocional
Los CEOs que alcanzan la cima suelen ser brillantes en lo técnico y en el ajedrez político dentro de sus compañías. Pero esa agudeza no siempre se traslada a su vida personal. Casos como el de Travis Kalanick (Uber), forzado a renunciar tras acusaciones de acoso y una cultura tóxica; Steve Easterbrook (McDonald’s), despedido por mantener relaciones inapropiadas con empleadas; o Les Moonves (CBS), acusado de múltiples episodios de acoso sexual, ilustran un patrón recurrente.
El poder corporativo genera una ilusión peligrosa: la creencia de que el rango empresarial otorga prerrogativas sobre la vida de los demás. Se trata, en esencia, de un fenómeno psicológico. El mismo impulso que les da determinación para liderar negocios globales puede nublar su percepción de límites éticos y sociales.
Ganancias primero, reputación después
La selección de CEOs responde históricamente a un único criterio: rentabilidad. Las juntas directivas buscan líderes que maximicen el valor para los accionistas, incluso si su estilo personal genera incomodidad o riesgos reputacionales. La trayectoria de ejecutivos como Elon Musk, que combina logros empresariales con polémicas constantes en redes sociales, refleja esa tensión.
En este esquema, la reputación no es un activo prioritario, sino un daño colateral aceptado mientras la cuenta de resultados permanezca en verde. Recién cuando la conducta personal amenaza los números —como ocurrió con la caída en las acciones de CBS tras el escándalo Moonves— las empresas actúan.
El factor latinoamericano: distancia y desconexión
En América Latina, donde la responsabilidad social empresaria aún no está plenamente integrada a la cultura corporativa, este fenómeno se acentúa. El CEO suele ser percibido como un “patrón” distante, más cercano a un poder político que a un liderazgo empresarial moderno. La brecha entre la cúpula y los empleados se amplía al punto de generar una desconexión casi absoluta.
Ese aislamiento fomenta conductas de impunidad: fiestas privadas escandalosas, excesos financieros, comentarios discriminatorios o simples desplantes públicos que refuerzan la percepción de que el CEO vive en un universo paralelo. En este contexto, la viralización de comportamientos cuestionables no sorprende, sino que confirma lo que muchos trabajadores ya intuían puertas adentro.
Una nueva prioridad para los directorios
El fenómeno plantea un dilema de gobernanza. Las empresas ya no pueden limitarse a evaluar a sus líderes por su capacidad de generar ganancias. La visibilidad total del mundo digital obliga a incorporar otro criterio: la sostenibilidad reputacional.
Los directorios comienzan a aceptar que en la era del video viral, la discreción corporativa tradicional es insuficiente. Hoy, un error personal en un estadio puede tener el mismo impacto que una mala decisión en la sala de juntas. Y, para los CEOs, la lección es clara: en el siglo XXI, la verdadera inteligencia de un líder no se mide solo en los balances, sino en la capacidad de comprender que todo —absolutamente todo— puede convertirse en público.