El plan de Sturzenegger para extender la jornada laboral a 13 horas: un retroceso que aleja a la Argentina del mundo moderno

bandera argentina milei

El ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger, volvió a estar en el centro del debate público tras su propuesta de llevar la jornada laboral argentina a 13 horas diarias, bajo el argumento de “flexibilizar el mercado de trabajo” y “mejorar la productividad”. La medida, que aún no fue formalizada pero que el propio ministro reconoció como parte de su agenda de reformas estructurales, representa uno de los mayores retrocesos en materia de derechos laborales desde el retorno de la democracia.

Mientras los países más avanzados del mundo se dirigen hacia jornadas reducidas, Argentina parece avanzar en sentido contrario. Suecia, Dinamarca, Alemania, Países Bajos o Nueva Zelanda ya experimentan con semanas laborales de cuatro días y jornadas de seis horas diarias, entendiendo que el bienestar, la motivación y la salud mental de los empleados son factores directamente relacionados con la productividad y la innovación.

En cambio, la propuesta de Sturzenegger remite a modelos laborales del siglo XIX, cuando las extensas horas de trabajo eran símbolo de explotación y desigualdad. El economista, ex presidente del Banco Central durante el gobierno de Mauricio Macri y actual figura clave del gabinete de Javier Milei, sostiene que el problema argentino no es la sobreexplotación sino la “rigidez del sistema laboral”.

Sin embargo, los especialistas en sociología del trabajo y en psicología organizacional advierten que una jornada de 13 horas no solo viola estándares internacionales, como los de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), sino que además aumenta los niveles de estrés, ansiedad y agotamiento, generando una fuerza laboral menos eficiente y más enferma.

Dos culturas políticas enfrentadas

En los países desarrollados, los líderes políticos suelen ser el reflejo de una cultura de empatía, equilibrio y bienestar social. En Noruega, Finlandia o Canadá, las políticas públicas se orientan a reducir la brecha social y mejorar la calidad de vida, con la convicción de que un ciudadano descansado, educado y emocionalmente estable produce más y mejor.

En cambio, en países como Argentina, las élites políticas y económicas mantienen una visión profundamente desconectada de la realidad del trabajador. Sturzenegger y otros referentes del gobierno actual representan una corriente ideológica que considera al salario y al descanso como obstáculos para la “libertad de mercado”. Es una visión que prioriza los indicadores financieros por encima del bienestar humano.

Mientras en otras latitudes los empresarios debaten cómo redistribuir los beneficios de la automatización y la inteligencia artificial para mejorar la vida de sus empleados, en la Argentina actual se busca “flexibilizar” a costa del tiempo y la salud de la gente.

Un país al revés del mundo

El contraste es contundente: mientras los países más innovadores miden el progreso por el nivel de felicidad y bienestar, Argentina sigue atrapada en una lógica de sacrificio y obediencia que responde más a un modelo preindustrial que a una visión de futuro.

Está mas que claro que gobierno avanza en esta dirección, el país va, no solo perder competitividad real, sino también profundizar su crisis social y moral. Porque, en definitiva, un Estado que le pide a su gente trabajar 13 horas al día no busca libertad: busca obediencia.

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